El sol mayor de
la alegría
Te
busco nadando entre sórdidas notas. Vibro al igual que las cuerdas al recordar
tu expresión de incertidumbre, tu risa loca, tu mirada triste, todo de ti.
Mientras me adentro en el mar de nostalgia musical que acompaña esta noche, veo
cómo tonos enteros pasan por mis ojos, sin dejar rastros de sí mismos, como si
existieran para decirme que los aprecie, que no los ignore, pero para mí siguen
siendo hasta ahora, y hasta los más coloridos, sombras acústicas que repiten un
nombre sin fuerza mientras los ejecuto, que se hacen menos frecuentes a mis
oídos y mas ensordecedores a mi mente, porque el nombre que susurran en el
pentagrama de mis recuerdos me marca, me estigmatiza de una forma que ellos
solamente entienden. Por eso no se van. Por eso no descansan y se repiten una y
otra vez paseándose como si mi vida y reminiscencias fueran cinco líneas de una
hoja de papel que se resquebraja a medida que los plasmo en ella sin intención
de hacerlo. No tienen dignidad ni orgullo. Solamente, en conjunto conmigo,
esperan. Y no se cansan de esperar. En el amasijo que se forma alrededor de
ellos, se encuentra uno que siempre quiere escapar. Vivaz y alegre pero débil e
inseguro. Uno que me entiende muy bien. La intensidad y la presencia de los demás
lo hacen ver denostado, sin moral, y peor aún, sin fuerzas. Incongruentemente
él sólo es liberado cuando el nombre que susurran los demás tonos tristes y
abigarrados en el apelmazado hastío musical se materializa, se hace tangible,
se hace humano, pero esta vez, esta vez ese tono colorido de tantas alegrías,
se siente cansado. Se siente triste. Se ha convertido en un tono menor del
mundo de la tristeza y si sucede algo que lo sorprenda él volverá sin dudarlo. No con la misma intensidad pero lo hará, poco
a poco, en un vaivén sonoro que evoluciona con cada gesto de quien se lo
permite, con cada espontaneidad, con cada ademán, con la misma mirada triste,
cualquiera de las dos que queden. Pasará de ser el Sol menor de mis
tristezas a ser el Sol mayor de alegrías y tantas cosas que llegan y se van en
asunciones y panoramas de una ciudad lejana con muchos nombres desde que existe,
y a pesar de que se vayan todas esas cosas que proveen alegrías, una vez más
por ese nombre, las demás notas no podrán borrar su esplendor ni su hidalguía
cuando pueda liberarse y salir al aire, y sonar limpio y diáfano como una mirada
anhelada justo ahora. Lamentablemente, al igual que la felicidad del ejecutante
sordo y absorto que siente las cuerdas en sus dedos muertos de tanto intentar revivirlas, su durabilidad es poca. Pasando nuevamente por la onda
senoidal que lo convierte en lúgubre y sombrío, esperando, una vez más, surgir
del fondo para alegrar las miradas cuerdófonas que rigen nuestra alegría. Por
eso acá, sentado justo acá, no puedo salir de este letargo que me hace sentir
tu indiferencia. Justo acá no puedo. Con cada cuerda mi corazón se estremece
pero ya no más para esperar esa llegada, sino para acostumbrarme a estos nuevos
compañeros de la soledad que nadan y chapotean conmigo en el mar verde y sucio
de acordes que se han quedado sin vida y en el pantano de melodías que deja tu ausencia.
La indiferencia siempre termina. Excelente relato, y excelente similitud con tu realidad.
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