lunes, 27 de enero de 2014


Liberación Entrópica en un párrafo, Nro. 1

     Honestamente, que me amenazaran de muerte en una “buseta del Este” por atenerme a mis derechos como estudiante no me asustó tanto, más bien produjo algo incentivo que son (espero que así sea) estas líneas; si algo nos enseña los tiempos modernos es que la vida es un par de ojos diáfanos que casi siempre, o mejor dicho, últimamente, se consiguen con quien los ciega para siempre, y de cualquier forma, con intención, o accidentalmente, como notamos días atrás en la tragedia de una pobre estudiante que no se imaginaba que dos conductores decidirían por su vida y le brindarían una muerte dantesca que provocó en mí una ira impotente traducida en tristeza. Lo que sentí entre la mezcla de emociones fue otra profunda tristeza al desear escapar, salir corriendo, en fin, huir, de esta que es mi ciudad, la cual, lamentablemente, está plagada, minada, infectada de tanta asquerosidad que ya no se puede ignorar sin sentir recelo de que podríamos ser algo mejor. Asquerosidad con la cual van creciendo nuestros niños en las zonas apartadas e inhóspitas, en donde su pan de cada día son amenazas (como la que me dieron a mí) pueriles, y juegos de chuzos y armas, y jerigonzas importadas del Caribe, o a veces del país más cercano que tenemos, sobre drogadicción y antivalores, sería difícil especificar, es decir, todo un kit de una infancia mórbida e inicua hasta que el niño crece y tiene todo lo que necesita para segar la vida de alguien, quizá un estudiante esperado por una madre. No podemos seguir pudriéndonos como una fruta al Sol. Pido paz. No hay necesidad de herirnos, ni de segregarnos, pero basta de destruirnos entre nosotros. Somos un buen país, lleno de buenas personas en su mayoría, pero, lastimosamente, lleno también de malas costumbres, muchas de ellas importadas, y quizás sí, nos hagan ser un país sin identidad completamente nuestra, pero, ¿por qué importar lo malo? ¿Por qué no importar lo bueno? No pretendo intentar ser sociólogo, pero un giro cultural de 180 grados debe sufrir nuestra sociedad para levantarnos de las cenizas impías que nos rodean y renacer como país. Probablemente, si llega a suceder algo de tal envergadura, muchas generaciones no lo podremos vivir por ser algo que necesita una maduración secular, pero, trabajando un poco en este presente azotado por la tormenta, quizá podamos garantizar un futuro dichoso a quienes continúen nuestra estirpe. A veces, acciones como esta y pensamientos como este deben salir y encontrar en algunos la empatía necesaria para que la frase “en la unión está la fuerza” deje de ser ridícula. Y, por favor, que no tilde el lector esta expresión, este grito de demencia necesario, como una cortina politiquera. Con eso no lograríamos nada, en efecto, con eso no hemos logrado nada. Quienes me conocen a medias saben que no caigo en esas cosas, pero para aquellos que necesitan ávidamente la chispa política, mi persona y mi punto de vista no imagina una sociedad feliz en donde tus hijos, y los hijos de tus hijos heredan esa vena secular de odio de cada bando, y van creciendo los unos odiando, o despreciando a los otros, solamente por haber visto en la niñez ese fanatismo de sus padres, y de los padres de sus padres. Así no deberíamos vivir, porque habrá un punto, y esperemos que no llegue, en donde simplemente nos mataremos, incluso sin haber crecido en los lugares inhóspitos de donde surgen nuestros antisociales. Verán, amigos, en mi no tan humilde razonamiento, es la onda fanática de politiqueras la responsable de esta desunión entre hermanos de una misma madre que es Venezuela. Y, esta vez, en mi muy humilde opinión, considero que de lo cual estaríamos debatiendo en estas líneas que esperan llegar a algún lugar de sus consciencias, sin ínfulas de nada, sería de algo más valioso, más maravilloso y muchísimo más importante que el soberano que esté al mando: la vida de un ser humano. Juzguen con el mejor de los juicios a este joven, uno como ustedes ya que todos somos de espíritu joven, y ejecutemos acciones para erradicar lo malo, y radicar la paz. Axley Pérez, Br. 

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